Caminar

Caminar y pensar bien pueden ser complementarios. El caminante es un buen pensador. Cada paso es una nueva idea, o una extensión de la anterior, que no necesariamente es la inmediatamente anterior. Fernando González escribió «Viaje a pie» y Gonzalo Arango, en la presentación de la segunda edición, mencionó: «En cierto sentido, este no es un libro como todos los libros; es un viaje como todos los viajes. Y los viajes no se explican: se hacen». La analogía entre la vida y un viaje es recurrente; vivir es una travesía con un destino incierto, ¿es posible explicarla o solo debemos entregarnos a recorrerla? González piensa mientras la recorre, lo que es lo mismo a un intento de explicar. A veces, simplemente recuerda y, otras veces, confunde los recuerdos con los pensamientos.

No es lo mismo pensar que recordar, los humanos somos muy proclives a confundir la primera con la segunda. Si digo que te he pensado mucho, no significa que haya hecho elaboraciones gnoseológicas y haya hurgado en presupuestos epistemológicos alrededor tuyo, realmente lo que me ha sucedido es que tu imagen se ha atravesado recurrentemente en mi cabeza. La forma en que sonríes, en que te mueves, aparece constantemente, deseándolo o no, de manera que solamente estoy evocando tu figura en contextos muy particulares.

El ser humano camina y se permite pensar. ¿Hacer el cálculo del negocio que acaba de hacer o que se encamina a hacer, no es acaso un acto empresarial en el más puro sentido praxeológico? ¿Imaginarse la cena que le espera cuando llegue a casa no es acaso una búsqueda de la satisfacción Hobbesiana o neoclásica, que es casi lo mismo? Claramente, las disquisiciones sobre los fundamentos del movimiento de las acciones no siempre están presentes, eso se debe a que no somos conscientes de las fuerzas que empujan nuestra realidad. Nuestra realidad que se nos aparece como una amalgama de conexiones, a veces frustrantes a veces felices, tiene un orden, un orden que no podemos ver cuando situamos lo complejo por fuera de nuestra experiencia.

Si la vida misma, reducida a esa fantástica expresión de autonomía llamada «individuo» es compleja, entonces podemos imaginar cuán equivocados están aquellos que postulan que es posible advertir los caminos por los cuales discurrirá el progreso humano (la vida de las sociedades). Lo curioso es que esto funciona tanto para aquellos que se paran en el monismo metodológico como para aquellos que se circunscriben al dualismo. La verdad es que en la actualidad el ser humano adolece de dos cosas: tiempo para pensar y tiempo para caminar, que finalmente es una misma cosa: no hay tiempo (lo cual es bastante llamativo dado que somos una generación que disfruta de bastante ocio). Las configuración actual de las ciudades en nuestro país ha relegado al caminante a un personaje esporádico, que recurre a esta forma de movilizarse como última opción. De manera que, poner al caminantes en la cima del sistema de movilidad es también poner al pensamiento y a la vida en la base de la sociedad.

 

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